• Por Christian Bordón, psicólogo, docente U. Finis Terrae y director de Peer Coach.

Muchas veces sobrevaloramos la motivación como una condicionante de nuestras acciones e incluso le damos el poder para justificar nuestras conductas. Pero, ¿qué pasa con todas esas obligaciones que son poco motivantes?

Procrastinar es la acción de aplazar y dejar para más adelante alguna tarea o acción que carecen de motivación o emocionalidad. Principalmente, son acciones que generan poco placer e involucran un mayor gasto energético o de tiempo. Por ejemplo, si no te sientes cómoda/o teniendo una conversación, lo vas a evitar; si no te gusta prospectar telefónicamente, lo vas a aplazar; si crees que es una pérdida de tiempo revisar mail o ir a la farmacia, lo vas a dejar para el final; y así un sin número de actividades. Sin embargo, se puede crecer desde la procrastinación y el desafío es transformar la visión de esas actividades que nos parecen poco fascinantes o tediosas. 

La psicología postula que el cerebro condiciona las decisiones de hacer o no, desde la experiencia y según el grado de satisfacción que obtuvimos al realizarlas. Por esto, el elegir hacer una tarea determinada, siempre será más influenciada por nuestras experiencias pasadas, que por la motivación. Esto se explica, porque el cerebro está diseñado para obtener sensaciones placenteras y repetir conductas familiares, de formar reiterada e inconscientes que aseguren ese resultado.

Aprender desde la procrastinación es entender que no aplazamos tareas y acciones por “flojera”, “pereza” o “falta de interés”, sino que es porque hemos perdido el control de un propósito determinado y que en sí es placentero, y lo hemos normalizado a través de una creencia limitante para justificar nuestras acciones. Es por eso, que la procrastinación siempre tiene una excusa.

Entrenar nuestros pensamientos para utilizar la procrastinación como un espacio de crecimiento tiene relación a aprender a identificar este tipo de tareas (las que aplazamos) para romper el patrón “normal” y realizar acciones no codificadas por tu cerebro.

¿Tomas el desafío?

Si quieres comenzar, te dejo tres mini hábitos que te pueden ayudar:

1.- Antes de finalizar el día, identifica el propósito del día de mañana. En ocasiones, la procrastinación está asociada a que no tienes claridad del propósito de una tarea determinada y eso hace que lo veas como una acción perdiendo de vista la consecuencia de aplazarla. Por esto, antes finalizar el día haz una lista de las acciones que debes realizar el día siguiente e identifica el impacto o consecuencias de estas en relación a los beneficios que puedes obtener una vez realizado. Esto te ayudará a priorizar las tareas que debes hacer de forma inmediata, las que puedes delegar y las que sean aplazables.  

2.- Ley de los dos minutos, que tiene que ver con tu capacidad de visualización. Escribe todas las tareas que tienes que hacer en el día, luego identifica las que te toman menos tiempo y agrúpalas como inmediatas para sacar de tu lista. ¡Comienza por ellas! Te sorprenderás cuando te des cuenta de que todo lo que tenías que hacer se reduce a un tiempo acotado y terminaste antes de lo pensado.

3.- Cada cosa a su tiempo. Ya te conoces y sabes cuál es tu horario más productivo del día. Deja en este espacio las tareas que requieren más esfuerzo y te darás cuenta que eres más eficiente y no eran tan terrible. Recuerda, que tu mente se predispone de forma natural, por lo que es bueno desorientarla.

Realizar estos mini hábitos te ayudarán a identificar el motivo de por qué hay tareas que evitas hacer, desarrollar nuevas habilidades, retomar el control y darles sentido a tus acciones.  Quizás, esas actividades ahora las veas con ojos diferentes.

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